martes, 28 de abril de 2009

¡CONSCRIPTO! ¡FIRMEEEE…!

El miércoles 20 de septiembre de 1989 estuve al borde del abismo. De partida, ese día amanecí con el pelo corto. Casi como colegial de Primero Básico. Y todo para evitar inconvenientes en mi presentación en el Regimiento para saber si quedaba en el Servicio Militar.
Para qué estamos con cuestiones, yo iba asustado. Ya en el llamado de marzo la Divina Providencia había logrado esconderme del sorteo para cumplir el llamado de la Patria (a propósito, nunca escuché que la Patria dijera mi nombre). Pero en ese septiembre no me salvé.
Apenas me llegó la cordial invitación a principios de ese mes comencé a transpirar helado. Y me imaginé lo peor. ¿Qué iba a hacer yo vestido camuflado? ¿Será que el Caballero, aún dolido por su derrota en el plebiscito, quería aumentar el contingente para recordarle a la Concertación con quién se estaban metiendo? ¿Cómo lo haría yo para sacarme el servicio? ¿Qué sería de mi familia sin mí en la casa?
Cuando traté de refugiarme en mi redil familiar, me encontré con mi papá hablándome de que me haría bien esos dos años para valorarme como persona tal como lo había hecho él cuando estuvo, con indisimulado orgullo, en el Regimiento Esmeralda Número 7 de Antofagasta –relato que me contó desde que tengo memoria-. Además, mi mamá vio la ocasión para lograr el objetivo que se había planteado en los últimos dos años: que me cortara el pelo “porque si no, te van a dejar adentro al tiro. Es que a los chascones los agarran de una” me decía la autora de mis días. Lo insólito es que la Karin fue su mejor aliada. “Te verías más lindo con el pelo cortito”, me susurraba. Y el resto de los integrantes de “El Andrajoso Tigre” no halló nada mejor que tomarme como material para sus tallas. “Atención soldado… fiiiiiiiiiiiirme”, me decían mientras yo trataba de relajarme.Acorralado en ese panorama adverso, realicé mi visita al peluquero. “Por lo menos ahorrarás plata en gel”, se reía mi hermano menor. Chistoso él.
Ni qué decir cómo pasé ese “18”, siendo un adicto de la resignación total. Ni el asado en la casa de mi tío ni el carrete en la casa de mi polola lograron hacerme olvidar el día aquél, 20 de septiembre. Lo peor es que en esa fiesta intenté dármelas de campeoncito y traté de hacer caer a la Karin de que a lo mejor iba a ser una de las últimas veces que estaríamos juntos… que a lo mejor me iban a mandar a Punta Arenas o a Arica… que no nos veríamos por dos años… en fin, me movía tangencialmente para que ella se decidiera a… ejem… bueno, ustedes entienden lo que quiero decir. Hasta el día de hoy no sé si se hizo la ingenua o no, pero me miró con sus lindos ojos verdes y me dijo: “Mi amorcito, no se preocupe. Le he rezado harto a la Virgencita, y sé que no vas a quedar en el Servicio Militar”. Tras esa declaración de principio no me quedó más que hacerme la idea de que iría a presentarme al Regimiento con mis ganas intacta.
Pues bien, la noche anterior no dormí nada. Tenía que estar a la 8 de la mañana en la puerta del Regimiento. A las 6 ya estaba vestido. Pretendí ir con mi camisa roja favorita, pero me arrepentí porque a lo mejor pensarían que yo era comunista y me dejaban de una adentro. Asi que fui de polera, jeans viejo y zapatillas a enfrentarme a mi destino.
Llegué a las 7 con 27 minutos y había harto lolo esperando. Pensé que alguno me iba a reconocer por mis conciertos con el grupo, pero no. A lo mejor, con el pelo corto parecía invisible. Ya me había hecho la idea que iba a firmar algunos autógrafos.
Tuve que esperar como dos horas porque era por orden alfabético el asunto. Tipo 10 de la mañana salió un sargento y dijo: “Ya, los apellidos con P adentro”.
Ahí comencé a transpirar helado. Mientras avanzábamos en la fila, unos conscriptos que estaban descansando nos echaban bromas. “Punta Arenas los espera, chiquillos”, dijo uno. “Pero primero hay que bautizarlos”, comentó otro con un dejo de malicia que asustó. ¿Bautizo? Seguro que no era, precisamente, que le echaran a uno un poco de agua sobre la cabeza.
Pasamos por el dentista y no me encontró nada malo. Mientras esperaba el chequeo médico, vestido sólo con mi slip, un asistente social me preguntó: “¿Tiene algún inconveniente para hacer el Servicio?”. Lo único que atiné a decir fue: “Tengo que atender el negocio de mi padre, que está enfermo. Y además, a fin de año me caso porque mi polola está embarazada”. El personero me miró con cara de “invéntate otra chiva” y siguió con el compañero que tenía al lado.
Hasta que me llamaron a pesarme y sucedió algo inesperado. El encargado miraba la pesa y me miraba a mí. Llamó al sargento que nos tenía a cargo y le dijo: “Este joven está excluido. Está bajo el peso normal”. El suboficial me miró y rápidamente me ordenó “ya cabrito. Vístete, pasa al mesón a retirar tu carnet y te vas”. Creo que batí un record, porque en menos de 10 minutos ya estaba en la calle, pensando cómo lo había hecho para estar bajo mi peso normal. Y encontré la respuesta: tan urgido estaba por quedar adentro, que en las semanas previas comí poco o nada. ¡Eso me ayudó! ¡Fue un milagro! Así que corrí a buscar un teléfono público para avisarle a la Karin que no había quedado. ¡Sus rezos habían resultado!
A propósito, me acordé de algo que tengo que decirle a mi hija: que si un pololo le argumenta que como se irá al Servicio Militar tiene que darle un regalo especial, ella le tiene que decir que está rezando por él. Tal como lo hizo su mamá. Si total, el perla no se va a morir. Se lo aseguro.

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