lunes, 27 de abril de 2009

LOS GIROS DEL HUEONÓDROMO

Mis hijos no me creen mucho cada vez que les cuento que en nuestra época con su mamá, mientras éramos estudiantes, no íbamos mucho a discoteques. La cita era en la Gelatería, al frente del IMLP ahí en el paradero 7 de Gran Avenida. El punto de inflexión era cuando se armaba la kermesse en mi colegio. Lo que nos interesaba a los lolos era la disco que se armaba en el gimnasio. Puntualmente, a las 20 horas (“¿A las 8 de la noche, papá? Me estás leseando”, me dijo la Nicole) entrábamos al recinto donde la multicancha había sido reemplazada por una pista de baile. Y siempre estaba lleno, porque llegaban taquillas, minas y demases desde todas las escuelas de la comuna.
Cuando entramos con la Karin, le pregunté “¿Quieres ver el Hueonódromo?”
Ella, que lucía unos apretados pantalones con cuadritos negros y lilas, parecido a una bandera de carrera de autos, me miró sorprendida. “¿Qué vea qué…?”
“El Hueonódromo…”
repliqué.
“¿Y qué es eso?”, volvió a preguntar ella, abriendo más sus ojitos verdes.
“Acompáñame a la última galería”.
La tome de la mano y subimos hasta la última galería del gimnasio. No había mucha gente por ahí, a lo más un par de parejas atracando (“Eso era el ponceo, ¿cierto?”, preguntó la Nicole) asi que no nos costó encontrar espacio. Nos sentamos y le dije a la Karin: “Mira a la cancha”.
Mi entonces polola se sorprendió lo que estaba apreciando. Era un montón de gente que daba vueltas en la cancha. Lo curioso es que ese movimiento era tácito, nadie se había puesto de acuerdo transitar en el sentido de las agujas del reloj. O sea, de derecha a izquierda. Ese panorama semejaba a los siete círculos que, seguramente, apreció Dante Aligheri cuando bajó a los infiernos en La Divina Comedia. Y al centro de ese tremendo giro, había algunas personas bailando.
“Ese es el Hueonódromo”, le dije a la Karin.
“¿Y por qué se llama Hueonódromo?” preguntó nuevamente.
“Porque andan todos hueando buscando un espacio donde bailar”
La Karin soltó una carcajada, que no demoró en contagiarme. Tras eso, bajamos y, metiéndonos entre medio de toda esa gente, llegamos al centro del Hueonódromo y bailamos hasta como la 1 de la madrugada. Mientras tanto, el resto de la gente seguía girando y girando buscando un espacio para también hacer lo propio en ese rito que era parte de la disco que se armaba en el gimnasio de mi colegio.

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