miércoles, 13 de mayo de 2009

CODIGOS DE UNA FIESTA OCHENTERA

En los carretes de los años 80 había signos que lo identificaban como tales. Y, por ende, los hace inolvidables para quienes dieron forma a esas particulares muestras de distensión juvenil, vulgo fiestas… disculpe, se decía carrete (de esos años viene ese término, no es de las tribus urbanas de los albores del siglo XXI) Por de pronto, comenzaban temprano… por aquello del toque de queda. A lo más, la citación era a las 19.30 horas. Puntos de carretes masivos eran las discoteques Gente y Eve, en el sector oriente de la capital; y la nunca bien ponderada Gelatería Baruffino’s, vulgo Gelatta, ubicada en el paradero 6 de la Gran Avenida donde todos los viernes y sábado se llevaban a cabo muchas fiestas comerciales de colegios para recaudar dinero con miras a las giras de estudio y graduaciones. Por ende, había que reservar el local con la debida anticipación. Sin embargo, centraremos nuestro análisis en los carretes que se organizaban en la casa de un compañero para invitar a un curso de colegio femenino. El rito indicaba que había que enviar una carta, firmada por el Presidente de Curso, dirigida a su homónima del expresado colegio de chicas para formalizar la invitación. Posteriormente, el día de la celebración, generalmente, las lolitas llegaban en patota (patota: grupo, derivado de pandilla) en el auto del papá de una de las chicuelas. Ya reunidos todos, ellos se ubicaban a un lado y ellas, en el otro. Casi como dos bandos frente a frente, esperando el inicio de la batalla. Ese era un momento clave: todo dependía de un valiente que se adelantara dos pasos para sacar a una de las lolas para bailar. Eso era un trámite, porque la damisela no se negaba… salvo que el tipo fuera muy feo y ella tuviera estómago unido al orgullo para decir que “no”. Al son de canciones como “Mister Roboto” de Styx, “That’s Good” de Devo o “Don’t Go” de Yazoo se comenzaba a romper el hielo. Tácitamente, todos los bailarines se movían igual… vale decir, meneándose de derecha a izquierda y viceversa. El que protagonizara un punto de inflexión, con algún salto o giro en el aire se llevaba los aplausos… y de paso, juraba que se estaba luciendo ante quien oficiaba de pareja en esos momentos. Si te interesaba la chiquilla con la que estabas bailando, en la segunda canción que bailaban consecutivamente te armabas de valor para que en el tercer tema hicieras la primera pregunta inteligente de la noche: “¿Cómo te llamai?…” Ese momento era clave, porque si la lolita sonreía ibas bien y te aseguraba una canción más para bailar con ella. Con la cuarta canción como telón de fondo, venía la segunda pregunta inteligente de la noche: “¿Qué edad tenís?...” Aunque parezca de perogrullo, esta interrogante era crucial. Porque para un adolescente no era lo mismo pinchar con una minita de 12 que una lola de 14. Era mucha la diferencia.

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