sábado, 2 de mayo de 2009

MI HERMANA SE ENAMORÓ DEL PATO YAÑEZ

Si algo he logrado con mis tres hijos es que me acompañen al estadio, sobre todo cuando juega la Selección Chilena. Sólo aplico la filosofía que tenía mi padre: la familia que va al estadio unida, permanece unida. Mi señora no es muy asidua a estas excursiones, así que aprovecha esas horas para juntarse con sus amigas.
El caso es que desde hace unos meses se ha repetido un suceso que se ha encarnado en las generaciones de los Pardo. Mi hija, que con sus 15 años está en el capullo para convertirse en una hermosa mariposa… ¡está enamorada de Alexis Sánchez! Sí, el delantero de la Roja. Y compra cuanta revista donde aparezca el Niño Maravilla.
Lo curioso es que quien le fomenta esta afición no es la Karina, sino que mi hermana mayor, la Lorena. Todo estalló cuando estábamos tomando onces porque la Lore vino a visitarnos con mi sobrino, el Ignacio… que con 10 años es un clon de mi hijo Felipe, ya que no se desconectan del Play Station 2 ni con recurso de amparo…
Bueno, el caso es que justo cuando yo preparaba mi segundo pan de mantequilla con mermelada, mi favorito, mis mujeres comenzaron a intercambiar sus particulares gustos futboleros.
“Tía, ¿viste la foto qué le tomé a Alexis Sánchez desde la tribuna?”
“Sí, con esto de las cámaras modernas las tomas como si estuvieras al lado”
El Antonio chico me imitaba y también se armaba un pan con mantequilla y mermelada.
“Oye Karina, ¿y a ti no te gusta ningún futbolista?”
“Ninguno, cuñada. Me quedé en el tiempo del Coto Sierra…”
“¿Y a ti tía, quién te gusta?”
Bastó que yo escuchara eso y me puse en alerta. Sobre todo, tras el suspiro de la Lore.
“Ahhhhh… hasta el día de hoy me encanta el Pato Yáñez…”
Antonio chico me miró y dijo: “Papá, a la tía le gusta que le…”
“Epa. Cuidado con lo que vas a decir”,
le paré en seco
“¿El Pato Yáñez?... ¿El qué comenta en la tele?”
“Sí, sobrina. El mismo. Ahora con esas canas está más rico…”
No me hacía gracia lo que escuchaba. Porque me acordé lo que sucedió ese domingo 7 de junio de 1981. Día nefasto en mi existencia. Estábamos mi papá, mi mamá, mi hermano Rodrigo y la Lorena en la pieza de mis viejos viendo el partido de Chile con Paraguay, por las Eliminatorias al Mundial de España. Mi padre, futbolero, hacía sus comentarios en voz alta.
“Estos están puro ratoneando… si no fuera por Osbén, nos golean…”
Hasta que llegó ese minuto 25 del segundo tiempo. Interceptó Gustavo Moscoso… tiró el pase al vacío… arrancó Patricio Yáñez, seguido de Juan Bautista Torales… el Pato le sacó ventaja… el arquero Ever Almeyda dudó antes de dar un paso… el Pato le pega a la pelota con el pie derecho… GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL… GOOOOOOOOL DE CHILE… los gritos de Pedro Carcuro en la tele eran el telón de fondo de nuestros gritos en la pieza. Yo, como un niño que idolatraba a todos esos jugadores, ya comenzaba a soñar con ver en el Mundial a mi equipo. Que en inglés dijeran “Chile”. Que nuestros futbolistas se codearan con los mejores del mundo. Que mino más rico. ¿Qué mino más rico? Mi hermana había dicho eso. Bastó que enfocaran al Pato Yáñez para que la Lorena… ¡se enamorara de él!
Mi madre, siempre comprensiva, le avivaba el asunto contando que ella, cuando lola, le gustaba Tito Foullioux. No podía creer lo que yo estaba escuchando. ¡Estaban mancillando el templo del fútbol con comentarios sobre la facha de los jugadores!
Eso fue el inicio de todo, porque la perla de la Lore me sacaba mis revistas Estadio para recortar las fotos del Pato Yáñez y pegarlas en su Diario de Vida. Y ahora estoy viendo que eso se repite con la Nicole. Menos mal que el Antonio chico no es tan fanático del fútbol, así que me evitaré problemas de que discutan por una foto o algo así. Y el Felipe sigue preocupado de su Play Station.
El caso es que ese 7 de junio de 1981 el gol del Pato Yáñez cambió mi vida. No sólo porque Chile clasificó al Mundial, sino que también mi hermanita mayor mostró sus verdaderas intenciones. Tan así, que al año siguiente cuando me faltaba sólo la lámina de Yáñez para completar mi álbum del Mundial desapareció en forma ilógica. Estaba seguro que yo la había conseguido en el colegio, al comprarla por 100 pesos… una fortuna en esa época.

Un año después, cuando nos cambiamos del departamento a la casa donde hasta hoy vive mamá, encontré ese mono entre los libros de la Lore. Fue ahí que aprendí a controlar mi enojo para evitarle problemas gratis a mis padres. Y a entender que cuando a una mujer le gusta un futbolista, huele a peligro.

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