martes, 5 de mayo de 2009

EL PRIMER AMOR

El domingo pasado, después de vivir mi jornada matinal de Play Station 2 con mi hijo menor (recuerden aquello de que jugar Play fomenta la unidad familiar), subí a la mansarda para ordenar una caja que mi señora había encontrado.
No me acordaba de este bulto hasta que lo abrí… ¡Estaban mis cuadernos del colegio!... Reconocí el de Filosofía de Cuarto Medio, en el cual hay más dibujos que enunciados porque, francamente, lo que pensaran los antiguos griegos me daba lo mismo…
También estaban mis certificados de Básica… y mi cuaderno de Castellano de Séptimo. No sé por qué comencé a hojearlo y me reencontré con algo que me emocionó… ¡La primera canción que escribí! ¡Era Verano del 82!
Ahí estaban los intentos de versos intactos de un preadolescente que estaba despuntando…
En el Verano del 82 tuve mi primer amor…
Fue un amor platónico ya que ella en mí no se fijó…
Mi vida un tiempo marcó, en mi mente vagó…
Su imagen hermosa que mi ser nunca olvidó…
Me consideró un buen amigo más de eso no pasó…
Creo que sufrí un poco porque en otro tipo se fijó…
Cuando no la vi más su amor ya no me importó…
Mas tiempo después mi mente la recordó…
Aún recuerdo aquellos días…
¿Si la encontrara otra vez?...
¿Qué haría frente a ella?...
¿Amiga?... ¿Reconquista?... Qué se yo…
Todo esto pasó en el Verano del 82…
Recordé quien me había inspirado a escribir esto cuando yo estaba a punto de cumplir los 12 años. Ella se llamaba Ana María, tenía 11 años y lucía ojos verdes hermosos… ¡igual que la Karina! (Se me sale el macabeo...) El caso es que esta chiquilla la conocí en ese 1982. Fue en febrero, cuando mi padre nos inscribió junto a la Lorena y Rodrigo en un campamento de verano por 10 días que organizaba la empresa donde laboraba mi viejo.
Fue así que partimos hacia un lugar llamado Palomar, cerca de San Felipe. Éramos casi 40 mozalbetes de entre 10 y 16 años. Con mi hermano, tímidos en esa época, nos costó un poco meterle conversa a algún otro cabro ya que no conocíamos a nadie. En cambio, la Lore (debo reconocerlo: ella tenía su arrastre en esa época. Ahora que está rellenita, no sé si tanto…) ya tenía a dos perlas detrás de ella. Yo, como machito que se precia de tal, les ponía mala cara a esos muchachos cuando no me gustaba cómo se acercaban a mi hermana mayor.
El caso es que al segundo día del campamento yo estaba desayunando un tazón de leche con galletas con mermelada cuando una niña se me acercó, y dulcemente me dijo: “Oye, mi hermano dice que está muy linda tu hermana”. La miré y por primera vez en mi vida sentí eso que llaman cosquillas en la guata. Era ella, la Anita María. Me puse rojo y todos se dieron cuenta. No faltó quien se rió burlonamente. ¡No hallaba dónde meterme!
A partir de ahí, me enamoré. Y en mi inocencia de niño en sus últimas estaciones como tal antes que comenzara la metamorfosis adolescente, cuando rezaba en las noches le pedía a Dios que me ayudara a conquistar a ese pequeño primor.
Yo trataba de llamarle la atención para que ella me tomara en cuenta. Hubo una competencia de perseguir a uno de los tíos encargados del paseo, que se suponía era un escurridizo bicho, en el cerro. Y yo corría como loco para agarrar esa presa saltando todos los arbustos que se me cruzaban en el camino mientras corría cuesta abajo. Pero ella no se percataba de nada. Para colmo, al cuarto día supe, por intermedio de los cahuines de cabros chicos, que a la Anita le gustaba otro niño: un tal Gabriel, un rubio medio creído (creído: altanero, soberbio).
Cuando ya me comenzaba a entristecer porque me sentí derrotado en estas lides del amor, me llegó una ayuda impensada justo cuando con todo el grupo nos fuimos a acampar por tres días en un sector llamado San Roque: una de las tías encargadas, la Luisa -y que tenía mucho cariño-, movió influencias y cuando el conglomerado se dividió en dos logró que el tal Gabriel se fuera en un lote, y la Anita María conmigo en el otro. Cuando íbamos con nuestro grupo al sector asignado cerca de un riachuelo, la tía Luisa me guiñó el ojo y me dijo: “Ya, Toñito. Dale no más”. Sonreí.
Ahí aprovechamos de conocernos un poco más con la Anita. Me trataba de lucir delante de ella cargando leña para la fogata o hablándole de las constelaciones de estrellas en las noches (la verdad, es que con suerte yo identificaba a la Cruz del Sur pero las circunstancias comenzaron a sacar el grupiento que va conmigo).
Sin embargo, en los últimos días me resigné a que no pasara nada. El tal Gabriel la había flechado. Y yo, como buen pequeño caballero, me hice a un lado. Pero en la última noche, cuando se armó una suerte de fiesta de despedida, Anita María me llamó a un lado. Me miró y me entregó una pequeña nota. “Esto es para que no olvidemos este verano”, me dijo. Era un dibujo donde había un Sol en el que se leía “Nunca te olvidaré”. Y mientras yo miraba este dibujo, me dio un beso en la mejilla izquierda. ¡Quedé loco!
Al día siguiente, cuando volvimos a Santiago nos despedimos de lejos, con un saludo de mano. Nunca más supe de ella, la protagonista de mi Primer Amor, ése Amor de imberbe. Hasta el domingo pasado, cuando encontré la letra de esta canción que escribí en marzo de ese año y que formó parte del repertorio de El Andrajoso Tigre. Que bello verano fue ése el de 1982…
PD: Gracias a Dios, de los perlas que andaban detrás de mi hermana tampoco más se supo.

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